La elocuencia del silencio

El Primer Secretario del Comité Central del Partido, Raúl Castro, intervino en el acto central que por el 26 de Julio se celebró en la provincia de Guantánamo. Bien hubieran podido retransmitir un audiovisual de los 60 o 70, que el discurso oficial muy poco ha variado desde entonces. Con la excepción de la invitación reiterada a los Estados Unidos a conversar y la bravuconería del espíritu de la convocatoria, que pretende hacerles llegar a los suyos el mensaje de no hay problemas, un «Hakuna Matata» gubernamental —importado del swahili— después de un viaje precipitado por Vietnam, China y Rusia. Pero lo que realmente despertó el rechazo de muchas de las personas que lo escucharon en los noticieros, fue el chantaje a los trabajadores: «(…) mientras no se avance en la producción y en la productividad, empezando por aquellas tareas que están en la mano, que se pueden lograr, como es la producción de alimentos para ahorrarnos miles de millones de dólares de importación, no se podrán producir aumentos salariales.»

Nada dijo de la constante rebaja que sufren los salarios cada vez que aumentan los precios de los productos en las tiendas, en algunos servicios y en el incremento de la tarifa eléctrica. La ley del embudo que embota la capacidad para distinguir que lo que no avanza es el sistema. Pienso que fue penosa la intervención del presidente cubano, que se zambuyó en temas sensibles para la ciudadanía, que han sido consuetudinariamente ignorados y relegados por los hombres del poder en Cuba desde 1959. Bien pudiera aplicarme también la sabiduría que da título a esta pincelada apreciativa, pero creo firmemente que el heredero presidente cubano debe incorporar la máxima de que hay veces que es mejor callar.