Suyo es el reino

Foto bajada de: «www.elnuevoherald.com»

No necesita castillos, títulos nobiliarios, latifundios, gigantescas parcelas personales, ni grandes propiedades. Es hija de un general, y no de cualquiera, es hija del general-presidente de Cuba.

La señora Mariela Castro es dueña por herencia de uno de los mayores tesoros que ambiciona y persigue todo caudillo: un país. Antes del año 2006 era la sobrina del ‘dictador histórico’ e hija del jefe del ejército cubano y de una destacada guerrillera santiaguera. Me imagino que durante su crecimiento, siempre pudo contar con la mano mágica que beneficia a los ungidos dirigentes del poder y a sus amigos y familiares. Solo tenía que desear algo para que un hada madrina con la varita verde olivo acudiera en su auxilio y solucionara sus problemas.

Fue su tío, junto a un grupo de guerrilleros que hicieron la revolución, quién estableció este modelo violatorio de los derechos y libertades de los cubanos, y su padre es uno de los corresponsables.

Mariela estudió sicología. Posiblemente le debe a su estirpe —que equivale a resolver con una llamada telefónica asuntos materiales, de logística, viajes al exterior, etc.—, que la hayan escogido para dirigir el Centro Nacional de Educación Sexual. También fue seleccionada el pasado diciembre, casualmente, para integrar el parlamento cubano. Cosas de princesas, que demanda dinásticamente con la dignidad del cargo —dirían algunos—, mayor atención, autoridad y protocolos que los que ha disfrutado hasta el presente en Cuba. También recibirá un trato deferente en cada viaje al exterior si a partir de febrero es elegida —¿alguien lo duda?— como parlamentaria.

No invertiría mi tiempo en escribir sobre el tema, si no fuera porque pienso que detrás de ‹esos caprichitos› aparentes están la arrogancia de la heredera y la maquinación del poder real para mantener sus manos en el pastel estatal y sustentar sus estilos de vida a través de los hijos de los líderes tradicionales. Con la infanta Mariela en la cámara nacional de notables aprobadores, están garantizando «su elección» —siempre por unanimidad, claro está— para ocupar el virreinato futuro del país, al que convirtieron en el feudo vitalicio de una familia que conjuga el abuso de poder, el irrespeto y desprecio por las libertades de los cubanos, con el significado castrador de su propio apellido.