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El lujo del buen arte, la calidad y magia interpretativas de la cantante, músico y compositora estadounidense —de ascendencia mexicana— Julieta Venegas, asaltaron con ‘Canciones de Amor’ el proscenio artístico del Teatro Nacional habanero el 5 de diciembre. Llegó con sus músicos a regalarnos un concierto sin el estruendo protagónico de las estrellas internacionales, en el marco de la Jornada Mundial por la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres y las Niñas, que promocionan las Naciones Unidas. Esta intérprete del pop rock latino, acreedora de varios Grammys, nos trajo con su frágil apariencia y sus interpretaciones que van de lúdicas a profundas, los textos que parece que brotan en fuga y con ingenua naturalidad de su talento.
Nos obsequió con Limón y sal la deferencia de un tequila con ron en La Habana, para brindar con canciones su manifiesta alegría de estar por tercera vez en Cuba. Con Eres para mí hizo que los que no fuimos al teatro, reviviéramos en nuestras casas las emociones de esa noche, aunque tuvimos que esperar unos días a que lo transmitieran por televisión. La solista nos envuelve en el misterio cómplice de no saber si nos cuenta sus canciones o nos canta sus vivencias. Me complace decir que la obra y proyección escénica de esa joven mujer me gustaron. Sencilla y compleja, verde y madura, pícara y cándida, pequeña y grande; así la defino brevemente en lo notorio de sus contrastes.
Julieta vino para quedarse en el recuerdo de los romeos cubanos y de todos los que admiramos su integralidad y calidad artísticas. Ya es una cantante de nuestra preferencia y eso me lo ha dicho la excelencia de su arte, no precisamente el viento…
La rosa descalza 
