Dada la edad y lo delicado que ha estado Fidel Castro de salud, me ha dado por pensar que cada vez que comparece en la TV nacional es un nuevo cumpleaños que como regalo previo o fiesta anticipada le organizan sus adeptos frente a un auditorio incondicional.
En su aparición más reciente en febrero pasado —a la sazón de la Feria Internacional del Libro—, en compañía de un grupo de partidarios nacionales y foráneos, hubo de todo: desde mostrar pequeñas y grandes vanidades, memorias y desmemorias oportunas, hasta nuevas profecías, propósitos y adjetivos (sobre todo loas al jefe) en ese 13 de agosto adelantado para el líder histórico cubano.
Pudiéramos entonces ironizar con que tenemos un almanaque único para que no nos juzguen muy duramente: un calendario coyuntural que deja pasar lapsos conforme a la necesidad, intereses y deseos de la clase gobernante. Por eso también es menester que los que integramos la sociedad civil alternativa “no seamos demasiado exigentes” en cuanto a la permanencia en el poder de la misma, pues ya sabemos que el tiempo es relativo y flexible; ¿por qué no serlo también nosotros?
Así nos llegaron imágenes penosas de naufragios en alabanzas (¿o lisonjas?) por parte de los participantes nacionales. A veces me da la impresión de que el ex presidente es una persona que necesita constantemente de halagos para reafirmarse en su obra y complacerse en la idolatría que para muchos representa su imagen. Es contradictorio que un líder que tanto ha blasonado de ser, junto a su modelo de gobierno, el paladín e impulsor del decoro nacional, promueva y difunda la humillación colectiva. Parece que «en el país de las maravillas» la dignidad de los cubanos es válido esgrimirla únicamente contra “el capitalismo”, pero cuando se trata del adalid, los elogios no se deben escatimar…
La rosa descalza 
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